martes, 10 de enero de 2012

Amor indeciso

El hombre que se hallaba en el portal de mi edificio esperaba con prisa que yo abriera el portón, para pasar a mi departamento. Él es de esos que dan sin esperar, pero esperan que una dé para ellos dar; un alma que no le nacen las palabras correctas, ni las incorrectas, ni se identifica con palabras de terceros; Caucásico, de metro ochenta, de la década de últimos de los setentas y principio de los ochentas; piel nívea, rojos labios, ojos expresivos y una marca de nacimiento, particular, en un lugar donde no llega el sol.


Se conocía bien mi cuerpo, aún así, dijo al verme –¡Estás preciosa!– quise creerle, pero el estar con el cabello revuelto, ropa de pijama y sin mi brassier no es exactamente el concepto de preciosa que tengo. Pasó al living y tomó su concurrido lugar en mi sofá color crema.

–Necesitamos hablar, ¿podrías venir hasta la mesa?– le dije. Él simplemente me miró de arriba a abajo, con una mirada que me quemó hasta la última célula de mi cuerpo y mermó, por poco, mi cordura.

Su idea de hablar, no era igual a la mía, era más que todo hacer el amor hasta el amanecer y dormir dándome mi espacio. Cosas que a cualquier mujer le parecería perfecto, pero éste es el meollo del asunto, querido lector ¡no soy cualquier mujer!, él lo sabía, por eso su mirada. 

–Joss, cualquiera diría que estás a punto de terminarme. ¿Lo estás?– me preguntó, tuve el valor para sólo responderle –Quizás sea así– su espíritu cayó sobre el granito de mi mesón, sus ojos inquietos ahora estaban fijos sobre los míos, tomó mis manos tal cual tesoro invaluable. No pude sostener su mirada. Levantó mi rostro por el mentón y me besó con fiereza.
Sí, terminó haciéndome el amor.

La mujer fuerte que quería mostrar se desarmó, me sentía más vulnerable que nunca. Mi amado sabía cómo derribar esas paredes que solía gustarme edificar. En la radio, para mi martirio, sonaba Il Volo con Un Amore Cosí Grande. Seguía sobre mí, mis ojos derramaban las lágrimas que tenía guardadas desde hace mucho.

–Yo sé lo que quieres decirme, Josefina. Te conozco como al dorso y palma de mi mano. Sé que te preguntas ¿A dónde vamos con esto? Si de verdad soy serio contigo, si deseo que formes parte de mi vida... Todas esas preguntas las hacen tus ojos cada vez que me miras, cuando te descubro mirando al cielo, hasta cuando te brillan los ojos al leer esos libros que tanto te gustan – lo dijo mientras se levantaba de mi cuerpo, dejando en mí una sensación de vacío nada placentera, con ojos cerrados tomé de su mano, aún sobre mi pecho; no la dejaba ir.

–Estoy aquí amor, no me iré a ningún lado– dijo mirándome a los ojos, y yo sentí que moría de amor.. Así me quedé dormida, y cuando desperté a la mañana siguiente, mi amante indeciso ya no estaba. Y como dijo un poeta, alguna vez: El amor tocó mi puerta, le pregunté qué buscaba, pero no pasaba, no saluda, no dice nada.

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