lunes, 16 de enero de 2012

Desencuentro

Me encontré en la vereda, ahí, a pie del Lago, bastaba saber que el deporte nunca había sido mi fuerte. El viento rozaba mi piel, la caricia que dejaba en mis mejillas y el aroma de su estela lo trajo a mi mente; era sal, almizcle y sol. Mi pecho bajaba y subía constantemente, por culpa del ejercicio, seguido por mi cabello que  ondeaba con el viento, que junto al sol se asemejaba al caoba puro, como él solía decir. Mi ensoñación vuelve con cada ola del agua, con cada choque de espuma con las piedras. ¿Seré capaz de dilucidar mi sueño?.

Me hundo en un infierno, quizás sea Psyque sin ti, vagando en un sueño profundo hasta que regreses. Quizás seas Eros, el que escucha mi llanto y vuelve a mí. Quizás no seamos ni lo uno ni lo otro. Pero sí, soy como el alma vuelta inmortal en la búsqueda del amor, llevada por la pasión, donde quizás te pierda, por mi curiosidad; quizás te tenga, por mi terquedad. Sólo sé que éste amor narcótico me ha llevado a través de la cárcel de mi espera por ti, y es bizarro, pero aunque estás lejos yo te extraño. Puedes decir que me has olvidado, puede que sí, pero en el aire permanece mi voz y mi recuerdo. Una tormenta de dudas amenaza mi cuerpo y mi alma, cada desencuentro hace que te desee como el aire, que te anhele como al recuerdo más atesorado, que te necesite como al agua, que la pasión me consuma. Es absurdo, lo disfruto como el tiempo que pasas con un amigo querido.

Es que acaso el haber visto tu rostro, conocer tu identidad me ha llevado a ésto... Es una pregunta.

Mi ensoñación termina por mi tropezar con una persona, casi caigo, casi me agarran. Levanto mi mirada, y estás tú; no eres tú, pero lo eres. Y me quedo ahí, estática, me reconociste y yo sólo puedo quedarme viéndote. El encuentro de dos amantes.

viernes, 13 de enero de 2012

De tus supuestos y aparentes.

Las gotas de mis lágrimas dejaron su huella sobre mis mejillas, el marrón negruzco del rimmel manchaba mi rostro y, dejaba surcos y dibujos abstractos.

Restos de un corazón roto.

Sonaba The Corrs de fondo, Sanz hacía la segunda voz, y ya ni podía recordar el nombre la canción, era él...
El dolor en mi pecho iba descendiendo por mis pulmones, mi hígado, el bazo, por todo mi cuerpo; congelaba mis extremidades y estremecía mi estómago, era como el erizar de la piel cuando ésta es tocada por el agua congelada de la mañana. Un dolor seco, punzante, venenoso, invasivo y progresivo.
Su olor ya empezaba a desaparecer de mi cardigan color verde esmeralda, mi cabello enmarañado por sus manos recién empezó a alisarse y en mi boca estaba el sabor amargo de la verdad, mezclado con té natural y, aderezo Cesar.
Sus palabras aún resonaban en mi cabeza. "No puedo", "no es posible", "yo te amo", "quisiera poder hacer algo más". Pero aún así, mi mente jamás olvidaría las cosas que jamás hizo, las promesas dadas por alto, lo que daba por hecho y lo que no.

Querido, sabes que te amo. ¿Verdad?. Es penoso para mí decirte cuánto siento no comprenderte, entiendo, pero no comprendo. Y creo que ese es el problema, entrañablemente te necesito, te justifico siempre ante mí, ante todos; y eso no es lo que necesitas, querido. Mi necesidad dependiente va de lo amada que creo sentirme, de la ilusión que me creé, que nos creé. Porque estemos claros, amor; tú jamás te has entregado con pasión, con el desenfreno de la primera ilusión, con la incertidumbre de la espera, y el desinterés nulo que da el enamoramiento. Que, viéndolo desde mi punto de vista, nos puede durar hasta unos tres años, orgánica-mente. Pero, acaso, debemos esperar hasta tres años para saber que no me quieres como yo a ti, que no me amas así; y discúlpame, querido, me siento en extremo egoísta, tan sólo por pretender que me des un poco más de lo que doy, o sólo un poco de tu atención, querido. ¿Mucho pedir?

Esto te lo pregunté, pero no me respondiste. Las lágrimas amenazaban por caer, te hundiste en el pozo ambar de mis ojos, que a la hora del búho, ya venía siendo color ébano. Tomaste mi cuello, intentando besarme. No lo permití. Acariciaste mi cabello, como lo hiciste tantas veces.. aquellas tardes que pasábamos mirándonos a los ojos, sin más que una manta separándonos. Tomaste mis manos, besándolas sin cesar; juré ver una gota perlada en uno de tus ojos, pero creo que fue mi tonta imaginación, ilusa, la pobre, esperanzada.

Estoy cansada, amor. No quiero saber que lo intentas, quiero escuchar que lo haces. De tus supuestos intentos, de tus aparentes pruebas... Sólo quiero saber que me amas, ¿es mucho?. Que te importo, ¿es así? No puedo seguir contigo... Ésta debe ser la noche más difícil de mi vida, al menos, si te vas, no me sueltes. Si no vuelves, bésame y vete.

Y así, quedaron mis labios y mi corazón rotos... Mi cena en su casa, y su foto frente a mi cama.

martes, 10 de enero de 2012

Amor indeciso

El hombre que se hallaba en el portal de mi edificio esperaba con prisa que yo abriera el portón, para pasar a mi departamento. Él es de esos que dan sin esperar, pero esperan que una dé para ellos dar; un alma que no le nacen las palabras correctas, ni las incorrectas, ni se identifica con palabras de terceros; Caucásico, de metro ochenta, de la década de últimos de los setentas y principio de los ochentas; piel nívea, rojos labios, ojos expresivos y una marca de nacimiento, particular, en un lugar donde no llega el sol.


Se conocía bien mi cuerpo, aún así, dijo al verme –¡Estás preciosa!– quise creerle, pero el estar con el cabello revuelto, ropa de pijama y sin mi brassier no es exactamente el concepto de preciosa que tengo. Pasó al living y tomó su concurrido lugar en mi sofá color crema.

–Necesitamos hablar, ¿podrías venir hasta la mesa?– le dije. Él simplemente me miró de arriba a abajo, con una mirada que me quemó hasta la última célula de mi cuerpo y mermó, por poco, mi cordura.

Su idea de hablar, no era igual a la mía, era más que todo hacer el amor hasta el amanecer y dormir dándome mi espacio. Cosas que a cualquier mujer le parecería perfecto, pero éste es el meollo del asunto, querido lector ¡no soy cualquier mujer!, él lo sabía, por eso su mirada. 

–Joss, cualquiera diría que estás a punto de terminarme. ¿Lo estás?– me preguntó, tuve el valor para sólo responderle –Quizás sea así– su espíritu cayó sobre el granito de mi mesón, sus ojos inquietos ahora estaban fijos sobre los míos, tomó mis manos tal cual tesoro invaluable. No pude sostener su mirada. Levantó mi rostro por el mentón y me besó con fiereza.
Sí, terminó haciéndome el amor.

La mujer fuerte que quería mostrar se desarmó, me sentía más vulnerable que nunca. Mi amado sabía cómo derribar esas paredes que solía gustarme edificar. En la radio, para mi martirio, sonaba Il Volo con Un Amore Cosí Grande. Seguía sobre mí, mis ojos derramaban las lágrimas que tenía guardadas desde hace mucho.

–Yo sé lo que quieres decirme, Josefina. Te conozco como al dorso y palma de mi mano. Sé que te preguntas ¿A dónde vamos con esto? Si de verdad soy serio contigo, si deseo que formes parte de mi vida... Todas esas preguntas las hacen tus ojos cada vez que me miras, cuando te descubro mirando al cielo, hasta cuando te brillan los ojos al leer esos libros que tanto te gustan – lo dijo mientras se levantaba de mi cuerpo, dejando en mí una sensación de vacío nada placentera, con ojos cerrados tomé de su mano, aún sobre mi pecho; no la dejaba ir.

–Estoy aquí amor, no me iré a ningún lado– dijo mirándome a los ojos, y yo sentí que moría de amor.. Así me quedé dormida, y cuando desperté a la mañana siguiente, mi amante indeciso ya no estaba. Y como dijo un poeta, alguna vez: El amor tocó mi puerta, le pregunté qué buscaba, pero no pasaba, no saluda, no dice nada.