lunes, 19 de noviembre de 2012

Como repartimos los amigos

Vivía por mí, pero casi para él. Alguna vez llegué a pensar en dejarlo, es curioso, pero nunca pude hacerlo. Entre mi responsabilidad, pretendida, con él, con sus problemas, sus demonios, sus complejos, y lo que sentía por él, no sé qué llevaba la delantera.
Él nunca me necesitó, estemos claros, fue un espejismo, una proyección quizás. Yo necesitaba sentirme útil, que estaba queriendo a alguien, que tendría sentido la lucha; nunca lo tuvo.
Llegando al punto. Así quedamos. Él por su lado, alegando ser víctima, yo por mi lado, queriendo ser el verdugo, cuando no soy más que el producto de un sumiso.
Desde el principio, nunca estuve segura de quererlo tanto, no quería darme cuenta de que así era, disfrute como un espectador de cómo me abría hacia él, como "no involucrarme tanto" era mejor, lo creí enamorado, en un principio. Enamorado como pocos, capaz de hacer cualquier cosa: de mentir, de escaparse, de bajar cielo y tierra y poner a su amada por encima de todo; con el tiempo, las cosas se fueron "enfriando". Aquello se olvidó y se pasó a otra cosa.
Nunca lo entendí.
No es sano permanecer por tanto tiempo con quien te descalifica constantemente.
Llegué a pensar que lo mío era porque resaltaba todas las cosas malas de él, él se encargó de que yo lo hiciera, siempre. Tuvo sus cosas buenas, he de reconocerlo, pero la mayoría, por no decir que todas, fueron coaccionadas, obligadas por mis amenazas; estas cosas me hacían sentir bien al momento, pero luego me dejaban un mal sabor en la boca. ¿qué clase de relación llevo? pensaba, ¿necesito demandar cariño y atención? ¡no! nunca me quise responder, "me hacía la loca", creo que este es el problema de muchas de nosotras.
Nunca entendí porqué estuvo conmigo.